La pretemporada y Milón de Crotona

Posiblemente dejé de jugar al fútbol por las pretemporadas. No entendía que jugando en un juvenil de categoría provincial tuviera que pasar la calurosa tarde de un 5 de agosto corriendo alrededor del campo en vez de estar con el balón en el pie. De nuevo, puede ser que mis propias creencias como jugador estén condicionando mi visión actual.

Sólo vemos lo que conocemos. El paradigma conductista, mecanicista y reduccionista que ha sido predominante en la actividad científica en las últimas décadas, nos ha hecho conocer el funcionamiento del organismo de forma aislada. Desde el punto de vista puramente biológico, el entrenamiento consistiría en la imposición de una carga, con el objetivo de provocar un mecanismo de supercompensación a partir del cual se generarían adaptaciones fisiológicas.

Bajo esta perspectiva, la pretemporada es el periodo idóneo para introducir estas cargas. La ausencia de competición posibilita que se puedan generar altos niveles de fatiga sin perjuicio del rendimiento. Por lo tanto, estas semanas podrían ser apropiadas para “cargar las pilas” o “llenar la batería” para el resto de la temporada. Y cuando hablamos de condición física, hay un profesional cuyo papel es evidente. Este momento, el preparador físico sería el principal protagonista, ya que de esta figura dependería el rendimiento deportivo del resto de la temporada.

A propósito del papel del preparador físico en fútbol, su inclusión en algunos cuerpos técnicos de élite provocó un gran cambio. Corrían los años 70 cuando los clubes de élite empezaron a incluir esta figura. La preparación física, entonces totalmente aislada al juego, hacía a los jugadores más fuertes, rápidos y resistentes, lo que se traducía en una gran diferencia de condiciones a la hora de competir. Es por ello que progresivamente hemos ido viendo como el preparador físico se ha convertido en un profesional que a día de hoy está presente en todos los clubes profesionales, amateurs e incluso de base.

La evolución del fútbol en este sentido ha tenido consecuencias como el desarrollo de falsos mitos asociados al rendimiento deportivo. En concreto, el uso de la preparación física como chivo expiatorio para justificar un buen o mal resultado. Es cierto que frases como la de “este equipo no anda bien físicamente” y la de “los jugadores acaban muertos los partidos” son infundadas, y que conceptos como la “chispa” o el archiconocido “bajón físico” carecen de significado real. Pero no menos cierto es que gran parte de culpa de esto la tenemos los preparadores físicos. En concreto, el afán de protagonismo y la necesidad de remarcar la importancia de nuestra figura dentro del cuerpo técnico. Dobles y triples sesiones, preparadores físicos como sargentos en los entrenamientos, numerosas entrevistas a la prensa, etc. hacen muestra de ello. La cultura del “no pain, no gain”.

Sin embargo, en los últimos años, autores con una visión escéptica dentro de la preparación física (Pedro Gómez, Rafel Pol…), afirman que la pretemporada, al ser un periodo en el que los jugadores vienen de la inactividad, debe afrontarse como una “readaptación” al esfuerzo. Una idea cercana al “training smarter” de Tim Gabbett. En este caso, si una readaptación empieza por bajos volúmenes, tareas simples, de baja complejidad cognitiva y bajo nivel de carga, ¿por qué empezamos planificando dobles sesiones o introduciendo altos volúmenes que pueden irse a los 100 o 120 minutos? ¿por qué introducimos altas cargas cognitivas y condicionales desde las primeras semanas de trabajo? Incluso si sólo tuviéramos en cuenta la dimensión fisiológica… ¿no estaremos sobrepasando el umbral de adaptación? ¿no nos estamos saltando el principio de sobrecarga progresiva?

Milón de Crotona, un atleta griego del siglo VI a.C. Según la leyenda, comenzó cargando un ternero cada día sobre sus espaldas alrededor de Crotona. A medida que el ternero iba creciendo, él se iba haciendo más fuerte. Con el paso del tiempo, fue capaz de llevar sobre sus espaldas durante 120 pasos un buey de 4 años.

Numerosos artículos científicos indican que en pretemporada se producen gran cantidad de lesiones musculares, posiblemente debido a las altas cargas de entrenamiento a las que se expone a los jugadores. Si el principal factor de riesgo para sufrir una lesión es el haber tenido una lesión previa, ¿no serían las famosas agujetas de pretemporada una muestra inequívoca de que estamos sobrepasando el umbral? Y, por tanto, ¿no estaríamos comprometiendo el sistema musculoesquelético del futbolista para el resto de la temporada?

«Hacer entrenamientos dobles y triples no es bueno para los jugadores. Sólo consigues fatigarlos y que lo paguen en los cinco primeros partidos»

Paco Seirul-lo.

Si el objetivo es llegar al primer partido de liga con un determinado estado de forma deportiva, ¿por qué cuando empieza la competición se dice que el equipo aún está “rodándose” o que tiene que coger el nivel deseado? ¿Estamos haciéndolo bien? ¿No estaremos tirando por la borda unas semanas de trabajo que podrían estar orientadas de otra forma?

Posiblemente, como en la paradoja de los monos y los plátanos, estemos haciendo las cosas sin pensar en su sentido. Perpetuando métodos obsoletos por no preguntarnos el porqué. Por miedo a lo diferente, porque siempre se ha hecho así. Posiblemente, el verdadero objetivo de la pretemporada no sea condicional ni los preparadores físicos seamos la figura más importante de la pretemporada.

Si queremos que no nos señalen en la derrota, no debemos ponernos las medallas en las victorias.

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